Esto sucedió cuando tenía 9 o 10 años. Soñé que vivía en un
enorme edificio colocado en una pronunciada elevación situada en el centro de
una ciudad, con columnas al estilo griego que alcanzaban los 20 metros de
altura y cuyo techo era de vidrio. Las paredes eran blancas, el piso estaba hecho
de granito negro con pedazos de piedras blancas, con una alfombra roja sangre
en el medio del extenso espacio interior, la cual conducía a una elevación al
fondo del edificio en el que había un sillón negro aterciopelado con patas
leoninas de madera labrada y recubierta con oro. Todo estaba iluminado con tres
antorchas colocadas en cada columna, que daban sensación de amplitud, soledad y
sopor.
Lo singular de este sueño es que alrededor del sillón negro
se encontraban varias jóvenes caucásicas delgadas que me incitaban a sentarme
en ese magnífico mobiliario. Lo que más me llamó la atención es que todas
estaban desnudas, completamente lampiñas, que tenían ganas de besarme.
Cuando desperté me sentí incómodo y un poco frustrado por
aquel sueño, pero lo recuerdo siempre, ya que fue el primer sueño erótico que
tuve.
En la noche de ese día volví a recordar aquel sueño, pero
hice un pequeño cambio: saqué a las jovencitas, imaginé que hacía construir una
amplia cámara detrás del sillón destinada a ser un dormitorio y hacía llamar a
todos los jóvenes que quisieran habitar aquel maravilloso antro conmigo, con la
única condición de que yo debía juzgar quién entraba a aquel “paraíso”.
Como era un recién iniciado en las oscuras landas de la
perversión, lo único que acertaba a hacer con aquellos jóvenes (que por cierto,
estaban completamente desnudos y con pelos nada más que en la cabeza, brazos y
piernas) era besarnos apasionadamente, compartir respiraciones, masajes
eróticos, y otras tantas cosas que no implicaban en absoluto juegos previos al
acto sexual, ya que en ese entonces todo lo relacionado con el sexo me era
desconocido y vivía felizmente en mi infantil inocencia.
Todavía hay veces en que recuerdo aquel primer sueño con
jovencitas atractivas y de cómo modifiqué esa onírica experiencia en una
ensoñación recurrente. Si mal no recuerdo, esa fue una de las primeras señales
que tuve que me indicaban que yo no era como cualquiera de los otros chicos.