viernes, 23 de octubre de 2015

Sueños de Olimpo.

Esto sucedió cuando tenía 9 o 10 años. Soñé que vivía en un enorme edificio colocado en una pronunciada elevación situada en el centro de una ciudad, con columnas al estilo griego que alcanzaban los 20 metros de altura y cuyo techo era de vidrio. Las paredes eran blancas, el piso estaba hecho de granito negro con pedazos de piedras blancas, con una alfombra roja sangre en el medio del extenso espacio interior, la cual conducía a una elevación al fondo del edificio en el que había un sillón negro aterciopelado con patas leoninas de madera labrada y recubierta con oro. Todo estaba iluminado con tres antorchas colocadas en cada columna, que daban sensación de amplitud, soledad y sopor.

Lo singular de este sueño es que alrededor del sillón negro se encontraban varias jóvenes caucásicas delgadas que me incitaban a sentarme en ese magnífico mobiliario. Lo que más me llamó la atención es que todas estaban desnudas, completamente lampiñas, que tenían ganas de besarme.
Cuando desperté me sentí incómodo y un poco frustrado por aquel sueño, pero lo recuerdo siempre, ya que fue el primer sueño erótico que tuve.
En la noche de ese día volví a recordar aquel sueño, pero hice un pequeño cambio: saqué a las jovencitas, imaginé que hacía construir una amplia cámara detrás del sillón destinada a ser un dormitorio y hacía llamar a todos los jóvenes que quisieran habitar aquel maravilloso antro conmigo, con la única condición de que yo debía juzgar quién entraba a aquel “paraíso”.
Como era un recién iniciado en las oscuras landas de la perversión, lo único que acertaba a hacer con aquellos jóvenes (que por cierto, estaban completamente desnudos y con pelos nada más que en la cabeza, brazos y piernas) era besarnos apasionadamente, compartir respiraciones, masajes eróticos, y otras tantas cosas que no implicaban en absoluto juegos previos al acto sexual, ya que en ese entonces todo lo relacionado con el sexo me era desconocido y vivía felizmente en mi infantil inocencia.

Todavía hay veces en que recuerdo aquel primer sueño con jovencitas atractivas y de cómo modifiqué esa onírica experiencia en una ensoñación recurrente. Si mal no recuerdo, esa fue una de las primeras señales que tuve que me indicaban que yo no era como cualquiera de los otros chicos.

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