domingo, 9 de abril de 2017

Lo viste y...

Estabas ahí. Simplemente estabas ahí. Estabas viviendo tu vida, pensando en tus cosas, lo de siempre: Divagando en tus pensamientos, caminando por la vida, siendo parte de un conjunto, de un Todo compuesto por más personas, seres anatómicamente similares pero con distintos temores, ilusiones y motivaciones.  
Caminabas entre todos ellos, siendo parte de todos y de nadie a la vez. Miles de rostros se formaban a tu lado para luego desaparecer. Estabas ahí, haciendo tu vida en tranquilidad… hasta que lo viste.
Por un momento no crees que sea alguien diferente, pero lo es. Quizás es la forma de sus labios, o sus ojos, incluso su nariz o el peinado. O quizá sea la forma en la que todo se combina armoniosamente. No sabes exactamente qué tiene, pero te gusta. Sigues caminando, pero ahora con la mirada fija en sus gestos, en la forma en la que mira al suelo, sonríe o incluso en como camina (manos en los bolsillos, dando pequeños saltitos con cada paso, resguardándose del frio e intentando caminar rápido para levantar un poco de temperatura y llegar rápido a donde sea que tenga que ir). Estas al pendiente de todo lo que hace, pero se está acercando.  Intentas recordar sus gestos, sus rasgos. Intentas grabártelo en la memoria, sabes que será inútil, pero nunca se pierde nada por intentar. Absorto en tu objetivo, ves que levanta la mirada. Tus ojos se cruzan con los suyos, tu corazón se detiene por un momento y sientes esa sensación de calidez que recorre desde tu espalda baja hasta tu nuca. Ojos color café viendo a otros ojos color café. Tratas de no sonreír, ni de gestualizar. Solo mantén la mirada fija.

El sigue su caminata, a ritmo constante y resguardándose del frío, pero ahora con la mirada fija en tus ojos. Ahora es cuando te sientes más solo que nunca, frente a él, rodeado de más gente.  Cada vez más cercanos, cada vez más detallados sus rasgos. El tiempo se acaba. ¿Qué hacer? ¿Hablarle? ¿Sonreírle? ¿Saludarle? Esperas que él haga algo. Cada vez más cerca. Escuchas sus pasos, los distingues de los del resto debido a que escuchas cómo sus zapatos resuenan al ritmo que camina.  Cada vez más cerca. Lo tienes al frente tuyo.
Empiezas a decir un “Hola” mientras le sonríes, pero él baja la vista y sigue con su camino. Pasa a tu lado mientras te ignora. Notas que también sonríe. Seguro está apenado o avergonzado. ¿Y si hubiese sentido lo mismo que sentiste? ¿Y si vuelves sobre tus pasos para hablarle?  Es una opción, pero la duda siempre invade e inhibe las voluntades: ¿Y si no siente lo mismo? “Es Mejor desistir” piensas mientras sigues tu camino.
Sigues cavilando el qué hubiera sucedido si hubieras tomado coraje y le hubieras hablado. Masticas tus fantasías y maldices tu miedo mientras sigues tu camino. Su perfume es el único resabio de su recuerdo que te queda, pero no por mucho tiempo.


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