jueves, 22 de marzo de 2018

El chico turquesa

Mi color favorito es el turquesa. Me encanta porque me causa intriga esa mezcla entre el azul y el verde. Sueño con una casa con, por lo menos, una habitación con paredes color turquesa y otra con paredes color verde musgo. Es un color llamativo, pero no invasivo. Para mí, combina bien con colores tan contrastantes como el verde manzana, el violeta o el rosa chicle. Es un color fresco, que te da una sensación de tranquilidad increíble.
Pero, en mi caso, tiene un problema: Lo confundo siempre con otro color. Ya sea un celeste o el verde agua, nunca logro distinguir correctamente este color. Ya estoy acostumbrado a que me digan: “¿Estás ciego? ¡Esto es verde agua, no turquesa!” o bien “No, no, no, querido, esto es celeste. Turquesa es eso que tienes allí (me señala algo que, efectivamente, es turquesa)”.
Pues, me puse a pensar en esto el otro día. Quizá este problema con el turquesa lo pueda llevar a un plano más sentimental: ¿Qué sucede cuando buscamos a ese “alguien”? Buscamos a alguien que nos llame la atención, que no nos aplaque, no nos inhiba, que nos haga sentir bien. Pero sobre todo buscamos a alguien con quien podamos entendernos, con quien podamos contrastar diferentes puntos de vista sin miedo a ser criticado o negado. Buscamos a alguien llamativo, pero no invasivo; alguien fresco; alguien con quien combinemos. Buscamos nuestro turquesa. 
Ahora bien, ¿qué sucede entonces? Quizá mi problema de los colores no sólo me suceda a mí. Quizá las personas sean como pintores que son incapaces de reconocer a simple vista aquello que siempre estuvieron buscando, el turquesa exacto que necesitan. Puede que lo estén viendo todo el tiempo, pero, ciegos ante esa búsqueda “al lontano” se centren en aquellas personas que se parecen un poco a ese irreconocible turquesa. 
Es triste pensar que hay veces en que el conseguir ese turquesa pueda ser tan fácil, pero también es triste pensar que hay pintores que descubrieron su turquesa y que, por cobardía, miedo o inseguridad, no se acercaron simplemente a decir “¡Hola! Eres MI turquesa” a tiempo y otro pintor se lo llevó, aunque para éste no sea más que un celeste bonito o un verde curioso.
Hay turquesas que brillan cada vez que su pintor los mira, y hay pintores que, paleta en mano, no se animan a dar su primer pincelazo. Hay turquesas que se vuelven más llamativos al pasar el tiempo, y hay aquellos que parecían turquesas, pero eran verdes o celestes engañosos. 
Yo encontré mi turquesa. El problema es que está en la paleta de otro pintor. Y allí brillan sin igual el pintor y su color. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario