sábado, 17 de noviembre de 2018

¿Seguís ahí?

¿Seguís ahí?

Cada noche que dormimos juntos me hago esta pregunta mientras siento el olor de tu pelo y de tu cuello. Mis brazos te rodean, te protegen, tu espalda contra mi pecho, tus piernas contra las mías. El silencio inunda la habitación, pero mi mente es un caos, un alboroto. 

¿Seguirás despierto o ya te perdí?

Quedamos en esa posición hasta que el calor del verano nos obliga a separarnos, pero seguís ahí. Te abrazo lo más que puedo, te acaricio y te beso. Te miro y pienso que te quiero. Siento que te quiero pero no me animo a decirlo. 




Siento que soy un pesado a veces. Trato de entender por qué tengo que ser yo quien te hable, quien te proponga cosas. 

¿Qué es lo que ha pasado para que tenga que ser yo quien te busque siempre? Surge la incertidumbre en mi mente y la idea de que ya te cansaste de mí no hace más que crecer en la oscuridad, en el silencio de nuestras charlas, en el hueco entre nuestros cuerpos al caminar. 

Tus manos buscan mis manos, tu cuerpo me llama a que se pegue al tuyo. Pero no así tus palabras. 

Lo más tierno que me dijiste estos últimos días fue una insinuante acusación de tu parte a mi ausencia durante una semana. Lo segundo fue un halago a la cena que preparé. 

Trato de entender qué cuernos está pasando y porqué cuernos me está afectando tanto. No suelo sufrir por este tipo de decepciones, vos bien lo sabes, soy el del corazón de piedra (a diferencia tuya, que te emocionas con sólo ver un capítulo de anime por cuarta o quinta vez). 

Tengo miedo de que me uses sólo de placebo ante la idea de soledad que tanto te aterra. 

Tengo miedo de que sea eso lo que sucede y que no me des más opciones que seguirte el juego hasta que, tarde o temprano, ni el frío de invierno, ni las ganas de comer “comida casera”, ni ninguna otra de las tantas “cualidades” que te gustan de mí, sean suficientes para mandarme un mensaje. 

Tengo miedo de cansarme de todo este vaivén de ideas que me rondan en la cabeza.  Tengo miedo de perderte. 

Tengo miedo de que, algún día, la respuesta a “¿Seguís ahi?” Sea un rotundo “No”. 

lunes, 25 de junio de 2018

Poemario Numérico


UNO: El número de poemas que pienso dedicarte.
DOS: Tus manos.
TRES:Las palabras que quiero decir.
CUATRO:Las páginas que te escribí.
CINCO:Las razones por las que no te digo nada.
SEIS:Las veces que intenté entender esto en el día.
SIETE:Las letras de nuestros nombres.
OCHO:Paro de contar y vuelvo a empezar.

UNO:La canción que me recuerda a vos.
DOS:Tus lindos ojos.
TRES:El número de horas que pienso en vos.
CUATRO:El número de horas que querría pensar en nosotros.
CINCO:Los años que llevamos como conocidos.
SEIS:Las veces que quise decirte esto y me detuve.
SIETE:Las veces que debería haber intentado decírtelo.
OCHO:Ya no quiero contar, pero...

CIEN:Las veces que cruzas por mi mente.
MIL:Las cosas que siento al verte.
DOS MIL:Las que siento al hablarte.
DIEZ MIL:Las que siento al pensarte.
CIEN MIL:Las veces que quisiera besarte.
UN MILLÓN:El peso de la realidad.
UNA:La triste verdad.
UNO:El dolor que me invade gracias a ella.
CERO:Lo que ocurre entre nosotros.
VACÍO:Cómo siento mi alma por todo esto.
VACÍO:El lado de mi cama que te corresponde.
VACÍO:El hueco en tu cuello que me pertenece.
INFINITO:Todo lo que imagino.
INFINITO:Todo lo que quisiera que ocurriese.
INEXISTENTE:Todo lo que realmente ocurrirá.

sábado, 5 de mayo de 2018

Más allá de mis sueños




Imaginarte ahí,  en mis pinturas. Paseando entre colinas coloridas. Admirando los más bellos paisajes. Podrás respirar libre y serena la brisa de las montañas. Sentirás el calor del sol calentar tu piel y la rebeldía del viento revolver tu cabello. Ahí te imagino,  sentada a la sombra de los árboles,  respirando vida,  siendo vida.
Quiero pintarte nuevos paisajes para que nunca te aburras y teñirlos con los más curiosos colores. Puedo pintar un cielo despejado lleno de estrellas y crearte un compañero de viaje: Un lobo,  un ciervo, un venado o una jirafa. 
Puedo pintar lo que siempre quisiste,  y reproducir los lugares por donde paso, así me acompañas vaya a donde vaya. Es una forma que tengo de sentir que aún estas aquí.
Puedo ser el creador de tus tierras,  el impulsor de tus landas. 
Imagen relacionada

Solo necesito que vivas en ellas.  La vida allí es vida solo porque estás en ese lugar.Sin tu presencia,  su existencia carecería de sentido.
La tormenta nunca arreciará, el calor nunca sofocará,  el frío nunca será cruento.  No sufrirás nunca más dolor,  pena o enfermedad.  Seras libre de todo lo que en este mundo te aquejó.  Te prometo que podrás ser realmente feliz ahí.
Te lo prometo.

jueves, 22 de marzo de 2018

El chico turquesa

Mi color favorito es el turquesa. Me encanta porque me causa intriga esa mezcla entre el azul y el verde. Sueño con una casa con, por lo menos, una habitación con paredes color turquesa y otra con paredes color verde musgo. Es un color llamativo, pero no invasivo. Para mí, combina bien con colores tan contrastantes como el verde manzana, el violeta o el rosa chicle. Es un color fresco, que te da una sensación de tranquilidad increíble.
Pero, en mi caso, tiene un problema: Lo confundo siempre con otro color. Ya sea un celeste o el verde agua, nunca logro distinguir correctamente este color. Ya estoy acostumbrado a que me digan: “¿Estás ciego? ¡Esto es verde agua, no turquesa!” o bien “No, no, no, querido, esto es celeste. Turquesa es eso que tienes allí (me señala algo que, efectivamente, es turquesa)”.
Pues, me puse a pensar en esto el otro día. Quizá este problema con el turquesa lo pueda llevar a un plano más sentimental: ¿Qué sucede cuando buscamos a ese “alguien”? Buscamos a alguien que nos llame la atención, que no nos aplaque, no nos inhiba, que nos haga sentir bien. Pero sobre todo buscamos a alguien con quien podamos entendernos, con quien podamos contrastar diferentes puntos de vista sin miedo a ser criticado o negado. Buscamos a alguien llamativo, pero no invasivo; alguien fresco; alguien con quien combinemos. Buscamos nuestro turquesa. 
Ahora bien, ¿qué sucede entonces? Quizá mi problema de los colores no sólo me suceda a mí. Quizá las personas sean como pintores que son incapaces de reconocer a simple vista aquello que siempre estuvieron buscando, el turquesa exacto que necesitan. Puede que lo estén viendo todo el tiempo, pero, ciegos ante esa búsqueda “al lontano” se centren en aquellas personas que se parecen un poco a ese irreconocible turquesa. 
Es triste pensar que hay veces en que el conseguir ese turquesa pueda ser tan fácil, pero también es triste pensar que hay pintores que descubrieron su turquesa y que, por cobardía, miedo o inseguridad, no se acercaron simplemente a decir “¡Hola! Eres MI turquesa” a tiempo y otro pintor se lo llevó, aunque para éste no sea más que un celeste bonito o un verde curioso.
Hay turquesas que brillan cada vez que su pintor los mira, y hay pintores que, paleta en mano, no se animan a dar su primer pincelazo. Hay turquesas que se vuelven más llamativos al pasar el tiempo, y hay aquellos que parecían turquesas, pero eran verdes o celestes engañosos. 
Yo encontré mi turquesa. El problema es que está en la paleta de otro pintor. Y allí brillan sin igual el pintor y su color. 

Lamento

¡Qué pena, mi niño, qué pena!
Qué pena me da el ver esos ojos,
profundos, brillantes, sinceros.
Pena me da al oír tu voz,
al sentir tu perfume,
al ver tu sonrisa.
Pena me da el pensar que estoy en tus brazos,
que duermo en tu pecho, que peino tu cabello.
Pena me da el pensarte, el recordarte,
el imaginarte...
Pena tengo, y no te miento, al hablarle de vos a la luna,
que en silencio escucha atenta mis lamentos.
Pues es pena y solo pena lo que siento,
puesto que, sólo en mis sueños,
de tu corazón yo soy el dueño.

viernes, 4 de agosto de 2017

La mirada que cautiva

 Hay situaciones en las que una persona puede estar casi completamente seguro de lo que sucede. Y es ese “casi” el más difícil de sobrellevar en muchos casos. Queda siempre esa pequeña inquietud, la pequeña incertidumbre que no nos deja avanzar desligándonos del todo de dicho suceso, incluso cuando este ya haya terminado. Es ese “¿Y si en realidad…?” lo que nos puede desvelar, confundir e incluso frustrar.  La mayoría de las incertidumbres tienen su génesis en detalles, en pequeñas menudencias que, quiera esto ser casual o causal, nos llaman la atención. Quizá un gesto, una palabra, una fotografía… o una mirada.
 Una mirada dada en el momento indicado es capaz de destruir toda la seguridad que tenías hasta el momento con respecto a alguien. Este es el caso de ese hombre que en tu fuero interno deseaste con tantas ansias por tanto tiempo, con tanta intensidad e irracionalidad, que es suficiente una mirada para iluminar tus ilusiones. Este sujeto, tan singularizado de todas las relaciones sociales que mantienes (ya sea por el tipo de afecto que le tienes, o simplemente por el tipo de relación que deben mantener) puede pasar de ser un objetivo inalcanzable a un futuro plausible. Tan sólo es necesario una pequeña singularidad en su mirada. Y ahora ¿Qué sigue? Veamos, es evidente que te encuentras en una situación bastante complicada.

 Por un lado, esa mirada pudo ser solamente un error, un pequeño traspié que no indica nada y que (impulsado por la necesidad de tu mente de sentir, aunque sea por un instante, que eres correspondido por aquel hombre) se magnificó de tal forma que le dio un sentido y un significado completamente ficticio, pero verosímil.  Por otro lado, esa mirada puede haber sido generada voluntariamente, insinuando un interés mucho más personal, más íntimo, que da a entender una correspondencia en sentimientos entre ambos. En resumen, la complejidad del asunto se resume en la interpretación de una mirada, sin ninguna otra pista que pueda dilucidar las intenciones de la misma.
Es así como una mirada da comienzo a una posible digresión en el curso normal de las cosas: Entender esa mirada como un error e ignorarla (rumiando en silencio ese “¿Y si en realidad lo era?” por siempre y para siempre) o guiarte por una pequeña esperanza, arriesgando a perderte el privilegio de ver de nuevo esa mirada o por el contrario lograr que ella sea, de una vez por todas, tuya.  En estas pequeñas incertidumbres donde todo se arriesga. Pero, como decía mi abuela, “el que no arriesga, no gana”


sábado, 15 de abril de 2017

Aventuras en el anonimato.

Luego de lo que parece una eternidad (debido a un incómodo viaje en el que prevaleció el ruido por encima del silencio, y las contracturas por encima de la comodidad), tu viaje ha concluido y has llegado a destino: El sonido de la estación indica el inicio de tus vacaciones. Tomas un taxi para llegar al verdadero destino. Cavilando en tus pensamientos, se levanta ante ti una fachada blanca y roja, donde un cartel de neón con la palabra HOTEL te da la bienvenida.
Te recibe la señora con la que hablaste por teléfono al momento de reservar habitación, una mujer entrada en años con una sonrisa constante. Te informa que el desayuno se sirve de 8:00 a 10:00 am y que tu habitación es la número 47, segundo piso. Te entrega las llaves y te indica cuál es el camino. Agotado por el viaje, decides descansar un rato al llegar al cuarto. Luego irás a dar una vuelta.
Te despiertas por la noche, aproximadamente son las 20:30.  Dormiste bastante bien, pero te surgen ganas de comer algo.  Bajas a recepción para preguntar a la mujer dónde se puede comer algo rápido por ahí cerca. Al llegar, te das con un joven alto, de mirada profunda y tímida. Preguntas por la mujer y te informa que es él quien hace el turno nocturno. Su voz es un poco quebradiza, pero por los gestos y la frescura que porta, debe sobrepasarte en edad tan solo por uno dos años.  Se nota cierta regular asistencia al gimnasio. No es un hombre marcado, pero se observa cierta postura de persona entrenada.
Notas que un poco te gusta, pero tratas de controlarte para no realizar ninguna estupidez. Simplemente agradeces la información, sonríes, te despides, te das la vuelta y te vas a buscar lo que viniste a preguntar. Aprovechas el paseo por la ciudad para despejarte y relajar a mente, tratando de quitar de ella la imagen del joven que acabas de conocer.
Los días pasan, tus cruces con el chico, que ahora sabes que se llama Gabriel, se hacen cada vez más recurrentes. Debido a tu soledad, lo único que te queda por hacer, además de pasear por la ciudad, es bajar hasta la recepción y hablar tanto con él como con la señora que te atendió la primera vez.  Gabriel es callado, bastante cerrado y un poco distraído. Todo lo contrario a Alba, la señora, que es pura charla, transparente y siempre atenta.
Las noches en compañía con Gabriel son muy silenciosas. Esto no quiere decir que no se lleven bien, sino que ambos son lo suficientemente callados para evitar romper el silencio sin necesidad.
En la última noche de tu estadía,un sábado, ambos salen a despedirte, ya que es su día de franco. Más temprano que tarde, Gabriel toma demás. Y como no sabes a dónde llevarlo, lo llevas a hotel. El viejo que está de sereno esta noche sólo se ríe al ver el estado deplorable de este, debe ser común que este chico se pase de copas. Lo subes a tu habitación (por el ascensor, obviamente), lo tiras a tu cama. Vas al baño a darte una ducha. Al salir, Gabriel está dormido completamente, pero sin camisa. Ves su espalda, torneada, subiendo y bajando con cada respiración. ¿Qué hacer? ¿Sucumbir al deseo?  Velar por su integridad? Te sientas al borde de la cama. Un pequeño tatuaje se descubre en su hombro. Pones tu mano sobre su espalda. Su piel está caliente y húmeda. Un recuerdo viene a tu memoria

-Te pareces tanto a él- Exclamas en susurros. Lo único que haces es quedarte en esa esquina, con la mano en su espalda, siguiendo el ritmo de sus respiraciones- Te pareces demasiado.
El amanecer te sorprende dormitando acurrucado en los pies de la cama.