lunes, 15 de agosto de 2016

Intervención a la bitácora.

“24/07:
Esto va para vos: Es curioso el saber que, por más que no sepa nada de vos, sos capaz de alterarme y de ponerme inquieto con sólo verte.
 Y sí, sigo estando agradecido por haber sido tan tierno, comprensivo, amable y educado al contarte este pesado secreto que cargué solo durante años.
Es chistoso que siga recordando tu voz con tanta claridad, tu altura, tu perfume, tu sonrisa timidona y tus labios paspados.
Me acuerdo de tus manos flacas y frías, y de tu pelo lleno de caspa.
Me encantaba tu voz. Eras  el  más alegre de la clase, y también el más desinhibido.

Tu <<magia>> sigue sigue causando efecto en mí. <<Jezu Ufam Tobíe>>” 

Teoria sobre el porno gay.

Sexo. Una gran mayoría de las personas disfruta el sexo y lo incorpora a su vida diaria de tal manera que se vuelve, en muchos casos perjudicialmente, en una necesidad.
Muchos de ellos consiguen encontrar una o varias parejas sexuales con las cuales descargar esa peculiar energía que nace en nuestro tronco, pero que se expande hasta la ultima fibra de nuestro cuerpo cuando es liberada. Existen los otros para los cuales esa energía debe ser tercerizada antes de ser liberada. Así es, en esta sección hablaré de un tema lo suficientemente conocido y disfrutado por miles a cada minuto: El porno. Ese mundo de videos e imágenes de hombres desnudos, excitados, calientes y deseosos de mostrar lo que tienen.

Obviamente, lo que se darán serán opiniones sobre algunos detalles presentes en las producciones cinematográficas o en las fotográficas. 

Tallarines con salsa de tomate y cebolla.

Mi último amor imposible se llama Facundo. Bajito, cabezón, ojos un poco rasgados (al parecer me encantan los chicos de ojos rasgados, pero no los chinos), cabello lacio con un peinado estilo Ben Stiller en “Duplex”, un poco gordito, con tendencia a tener un poco de cuerpo trabajado en el gimnasio.
A él también le pedí que habláramos, pero no le dije que me gustaba, sino que le dije nada más que era homosexual. Él también me dio un sermón sobre los beneficios de hablar sobre nuestros sentimientos (al parecer, todos tomaron un curso de asistencia psicológica para principiantes, todos menos yo). Luego de esta charla me dijo que no esperaba que yo tuviese esa inclinación sexual, pero que en algún momento lo había pensado.

Cuando se fue, me llamaron para cenar. Mi madre había cocinado mientras yo me entretenía con mi asunto. Esa noche cené tallarines con salsa de tomate y cebolla.

Hombre de zapatos blancos.

La vida de secundaria pasa rápido y nos prepara para una nueva etapa: La educación superior. Muchos son los que se dedican a trabajos que no exigen más que el título de secundario aprobado. Sin embargo, debido al avance de las tecnologías, a la globalización y al aumento poblacional, las empresas tienden a aumentar la exigencia en cuanto a la calidad humana, en otras palabras: El mejor prima en importancia.
Debido a esto, decidí estudiar una carrera de grado, el problema es que es en otra ciudad, por lo que tuve que viajar toda una semana para poder ver lugares donde alojarme y de paso rendir los exámenes de ingreso (que, por cierto, los aprobé con muy buenas notas). Fui acompañado de mi madre debido a que debía firmar unos papeles de inscripción a la facultad.

En esa semana me di cuenta que dentro de unos meses estaría virtualmente solo: ningún conocido, ningún familiar. Tendría que concentrarme en el estudio, ser autosuficiente (lo cual soy desde los 12 años), manejarme por mi mismo, asumir todas las responsabilidades. Lo bueno: podía ser yo mismo sin la necesidad de estar al pendiente de la opinión de mis padres. Podría salir a bares gay, conocer chicos, etc.

Esperando en la terminal al colectivo que me llevaría a casa, me di cuenta que era una ciudad universitaria que abundaba en chicos muy apuestos, por lo que podría disfrutar de la vista casi todos los días. Sentado a mi lado estaba un hombre de unos 60 años, aparentando dormir y con una botella de vodka o tequila a un costado.
Mi colectivo llegó y vi que tenía los zapatos blancos. Estaba borracho y una gran parte de su cuerpo estaba cayéndose de la silla de forma estruendosa. ¿Lo veré en algún otro momento? ¿Tendrá los mismos zapatos? ¿Cómo lo reconoceré si no tiene esos singulares zapatos?

La confesión.

Llantos, besos, abrazos, despedidas, miles de frases de eterno compañerismo, unión y nostalgia llenan el ambiente de los cursos de aquellos alumnos que cursan su último año en la secundaria. Época para valorar los buenos momentos, de pasar el mejor tiempo compartido con aquellas personitas que hicieron que la eternidad de las horas en el colegio pasen tan rápido como un instante.
 Muchos aprovechan el último año para revelar cómo son realmente. Yo no llegué hasta el punto de pararme delante de mi curso y decir “Chicos, soy gay”, pero aproveché este último año (en especial la última parte del mismo) para confesarme con personas en quienes deposité mi confianza. Jesús, el joven despistado que abandonó su buzo dos veces, fue uno de los más importantes objetivos que, por suerte, pude concretar.

Cierto sábado, a eso de las 8 pm le pedí a Jesús que nos veamos en un parque que hay cerca de nuestras casas. Nuestra charla fue un tanto rara, pero aquí va (tengo que decirles que soy un tanto evasivo en esta charla):

Jesús:-Entonces ¿Qué era lo que querías decirme?
Yo:- Es sobre alguien, a quien le parecés atractivo. Es alguien que te ve muy tierno y apuesto. No quiere que sean pareja, pero solamente quería que sepas lo que siente por vos. Pero yo sé que es imposible que hagan pareja y ese alguien también lo sabe.
J:- ¿Qué, por qué?
Y:- Porque no tienen los mismos gustos. ¿Entendés a qué me refiero con “gustos”?
J:- Algo así…
Y:- ¿Entonces qué entendés por “gustos”?
J:-A que ese alguien tiene otro tipo de música que a mí no me gusta, o que no le gustan los videojuegos o algo así.
Y:-Entonces no entendiste, ¿qué más se te ocurre como “gusto”?
J:- No sé, ¿que le guste mucho salir de fiesta, tomar mucho puede ser?
Y:-No.
(Pensó un poco más hasta que lo dijo como si fuese una vaga idea que se le cruza a uno)
J: Lo que me queda es que le gusten también las chicas, o que sea chico o que…
Y:-Es eso.
J: ¿Qué? ¿Le gustan también las chicas?
Y:-No.
J:-¡¿Es chico?!
Y:-Si, y es de nuestro curso.
J:- ¿Quién es?
Y:-Adiviná…
(Empezó a decir los nombres de todos los chicos de la clase, excepto el suyo y el mío)
J:- ¿Quién es entonces? Ya te dije a todos los de la clase.
Y:- Te faltan dos…
J:-Bueno sí, el tuyo y el mío.
Y:-¿Y por qué no me nombraste? Soy yo.-Se quedó callado, mirándome fijamente.
J:-¿Estás bromeando?-Dijo al fin.
Y:-Sí jajajaja, atrás de esos árboles hay un camarógrafo-Le dije con un marcado tono de sarcasmo.- Pero en serio, no quiero nada con vos porque yo sé que te gustan las chicas, es sólo que tenía la necesidad de decirte que me parecés muy atractivo y que me gusta cómo te comportas y como sos con los demás. Por cierto, no soy de las personas que se obsesiona con la persona que le gusta, ni tampoco de las que acosa al otro por internet, así que quiero que quede en claro que esto queda aquí. ¿Entendiste?
J:-Te juro que no caigo. Mirá, lo nuestro no es posible porque yo tengo novia y…
Y:-¿Qué te acabo de decir?
J:-¿Qué?
Y:- Que no quiero que salgamos ni nada, que solamente quería decirte lo que te dije, pero nada más porque sé que no te gustan los chicos y que tenés novia.
Aliviado por no tener esa presión, empezó a darme un corto sermón sobre lo bueno que es expresar lo que uno siente y aclarar todo. También me dijo que entendía que no era fácil decir algo como lo que yo dije y que era una muestra de valor y de voluntad muy grande y que lo debería hablar con otras personas. Terminado este sermón del que yo ya había tenido una buena dosis antes de la charla, nos separamos.
La verdad es que no esperaba una respuesta tan comprensiva, esperaba una reacción más violenta, retrograda y de repulsión, sin embargo se mostró comprensivo, lo que me motivó a ser más valiente con los demás.
Ese día lo guardo en mi memoria, porque fue un gran avance personal.

Noches de buzo: Jesús.

Jesús tiene una gran importancia en mi vida. La tiene y la tuvo desde hace seis años.

Fue uno de mis primeros compañeros de banco en la secundaria, compartimos durante mucho tiempo el mismo grupo de amigos, vivimos a una cuadra de distancia el uno con el otro, aunque nunca fui a su casa, ni el a la mía.

Lo que más me gusta de Jesús es su sonrisa: tiene unos dientes blancos y unos colmillos que parecen muy afilados (cosa que me encanta). Tiene cejas bastante gruesas bajo las cuales tiene unos ojos un poco rasgados, un poco de acné en el rostro y el cuello, cabello negro lacio un poco largo, manos con venas bastante marcadas (debido a su pasión por los juegos electrónicos) y una piel pálida y a veces tostada por el sol de la zona donde vivo. Fue uno de los amores más obsesivos  que tuve.
Una vez se olvidó su buzo en su banco, por lo cual aproveché para llevármelo a casa y entregárselo a la mañana siguiente. Fue la mejor noche hasta ahora: la tela era suave y tenía su perfume impregnado en todos lados. Era un aroma muy fresco, como a césped mezclado con rocío matinal, limón y agua mineral. A la mañana se lo entregué, y de vuelta se lo olvidó en su banco, por lo  que tuve una noche más con ese maravilloso perfume que olía a él, y era eso lo que más me gustaba.

Pantalones arenosos y un rugbier acuático.

Vacaciones con  la familia. Un viaje de unas 17 horas atravesando casi la mitad del país, en busca de paz y un poco de tiempo para disfrutar de actividades para padres e hijos. Nosotros nos dirigimos todos los años a la costanera de un río de gran extensión, en donde armamos una carpa y disfrutamos del sonido de la corriente de agua por la noche.

En las últimas vacaciones en familia que tuvimos, dos personajes centraron completamente mi atención: Un chico de unos 18 años que disfrutaba del agua jugando con una pelota de rugby. Su peinado era excesivamente al corte que representó en su primera época a un famoso cantante canadiense acosado por varios y considerado homosexual por muchos adherentes a estilos musicales más “pesados” o “duros”.

Por otro lado estaba un chico de unos 17 años que también era flaco, pero no tan alto como el anterior, era de ojos muy oscuros, cabello negro, lacio y de un corte estilo militar, piel blanca y muy pálida (al cual llamaré en este relato “Ivan”). Muchas veces quise hablarle, pero mi cobardía, mi timidez o incluso el miedo a que mi identidad sexual se vea rebelada públicamente, me empujaron hacia el otro lado.
 Para mi suerte, el último día de vacaciones estaba lavando mi calzado en los piletones del baño, cuando de repente entró Ivan urgentemente a una de las duchas públicas, cuya vista era reflejada por los espejos que tenían los piletones. Gracias a este reflejo pude ver como se bajaba los pantalones para quitarse las partículas de arena que tenía en su ropa interior, y tuve una de las excitaciones más fuerte de mi vida al ver cómo su ropa interior se transparentaba y dejaba al descubierto sus nalgas.
Cuando se fue, tuve necesariamente que ir a uno de los cubículos y masturbarme, no aguantaba la excitación.

El instructor.

Pasado un año de dejar el gimnasio, decidí renovar mis necesidades de actividad física, por lo que me inscribí en otro gimnasio del cual yo no estaba ni enterado.

Este gimnasio estaba a cargo de Lisandro, y era él quien me decía qué hacer cada día o con qué grupo de músculo trabajar. Era alto, flaco, esbelto, usaba anteojos de marco fino, tenía una barba de dios días de crecimiento, cabello castaño con rulos, mandíbula marcada pero no prominente, cintura pequeña, abdominales un poco marcados, hombros gruesos y rudos. Me encantaba verlo practicar a mi lado, disfrutar cómo jadeaba con cada ejercicio, ver cómo se contraían sus músculos en cada serie. 

Muy pocas veces se mostraba duro o exigente conmigo. La mayoría de las veces era un tanto compasivo, y en él había siempre una pizca de ternura que parecía querer ocultar. Pero como dice el dicho “Aunque la mona se vista de seda, mona queda”.
Resulta extraño, pero siempre que pienso en él, y en cómo me miraba, siento un poco de tranquilidad e inquietud a la vez.

domingo, 14 de agosto de 2016

Sobre Superman e Ivan.

Durante una corta etapa de mi vida concurrí a un gimnasio para tratar de mejorar mi apariencia: Asistía de lunes a viernes, de 3 pm a 4 pm y había días en que alargaba un poco más ese horario.

Cada tanto asistía al gimnasio un chico al que llamaré Ivan, debido a que yo le veía cara de llamarse  Ivan, aunque nunca supe cómo se llamaba. Este chico debe haber tenido unos 21 o 22 años, era de piel pálida, cabello negro lacio y corto, vello facial afeitado, 1.75 m de altura, espalda ancha, manos fuertes. No sé cómo, pero siempre que lo observaba atontado y admirado por ese físico privilegiado, él se daba cuenta y hacía como si no sucediera nada. De un día a otro, dejé de encontrármelo en el gimnasio. Pasado un año lo encontré trabajando en una droguería, cerca de mi casa.
Por otro lado estaba Superman, un treintañero que desde hacía mucho tiempo se había dedicado al trabajo físico. Este hombre era de ojos grandes, marrones, cabello castaño muy oscuro, espalda muy ancha y cintura angosta, tenía una frente y unos pómulos prominentes y siempre se le formaba un rulo con un mechón de cabello, de ahí su parecido con el personaje de las series de comics. Siempre postraba un gesto de amargura, o de insuficiencia. Era como si siempre estuviese molesto por algo.
Después de abandonar la actividad física, debido al poco tiempo que manejaba, me quedó el recuerdo de esos dos hombres y de sus piernas marcadas, que era lo que más me gustaba de ellos.

La biología y sus beneficios.

Me encanta la biología. Creo que es una de las pocas pasiones que tengo hasta ahora. Debido a eso, tuve la oportunidad de competir representando a mi colegio en las olimpiadas de biología. Como la competencia era en otra ciudad, tuvimos que viajar y alojarnos en un hotel: todos los varones por un lado, y todas las mujeres por otro. Mi colegio llevó dos grupos, yo estaba en el grupo básico, Mauricio en el avanzado.

Mauricio era la típica representación cinematográfica de un estudiante aplicado: Flaco, alto, cabello castaño alineado y peinado para un costado, reservado, centrado y muy equilibrado. Era tan aplicado que le gustaba estudiar matemática fuera de clases, por lo que era capaz de sustituir al profesor cuando los chicos no entendían. Era, lógicamente, el mejor alumno de la clase y le encantaba leer libros de ciencias exactas.

Las dos noches que estuvimos en aquella ciudad, a él le encantaba mostrar su virilidad y camaradería con los otros chicos quitándose los pantalones y estudiar, hablar, explicar y ver tele en ropa interior.
Yo dormía en una cama cucheta junto con otro chico. Para mi suerte, me tocó la cama de abajo y el chico de arriba estaba tan confundido en un tema de biología que Mauricio, ya en calzones, se paró al lado de mi cama y empezó a explicarle al chico que estaba perdido en su teoría sin darse cuenta de que yo, con ojo adiestrado, estaba disfrutando de la vista de su prominente bulto.
Por desgracia, Mauricio solamente participó ese año, mientras que yo continué adiestrándome en biología durante otros tres años. 

Las tardes de voley.

Las clases de educación física se dictaban durante la tarde, mientras que las de carácter académico se dictaban por la mañana. En estas clases uno podía optar por dedicarse completamente al entrenamiento de vóley o de básquet. Yo elegí el vóley, donde pude conocer al cuarto amor imposible de secundaria que tuve.

Agustín era delgado, de cabello negro largo y lacio peinado para un costado, ojos achinados, tez blanca y una sonrisa con hoyuelos. Amante del paintball, del rock y de las tarántulas, asistía conmigo a clases de vóley, pero era de un curso más alto que yo. Algunas veces tuve la satisfacción de ser del mismo equipo que él, aunque en ese momento, yo era considerado la peor escoria en el mundo del deporte debido a mi torpeza. Era en esos momentos donde me sentía peor que nunca, ya que era él el que a veces me regañaba por mi incompetencia.

A veces lo veía en los recreos, pero nunca nos hablábamos. Siempre me gustaba verlo sonreír, me encantaba como se estiraban sus labios, finos pero rosados, y ver cómo trataba de aclararse la vista apartándose un mechón de cabello rebelde. Por el sentí un deseo que tendía más a lo romántico que a los sexual.
 Muy pocas veces me imaginé con él en medio de un acto sexual. Es más, recuerdo que en la mayoría de mis divagaciones me imaginaba abrazándolo, acariciándolo, sintiendo su perfume o besándolo.

Pablo, Gabriel e Ignacio.

Todos tuvimos un amor imposible a lo largo de la secundaria. Yo tuve siete chicos en los que centré mi atención a lo largo de los seis años que pasé en mi escuela secundaria. Los tres primeros fueron Pablo, Gabriel e Ignacio.

Pablo fue mi primer amor imposible de secundaria. Afortunadamente, era carismático, por lo que pude entablar algunas veces un diálogo con él. Tenía rulos castaños, ojos celestes, ortodoncia, manos fuertes y masculinas y piel suave, aunque un tanto irritada algunas veces a causa del tortuoso trabajo de la afeitadora. Era encargado de asistir a los alumnos de todos los cursos respondiendo a sus necesidades  deportivas, en otras palabras, el presentaba a los profesores de educación física las actividades propuestas por los alumnos de distintos cursos. Debido a su gran interés por la actividad deportiva, poseía un cuerpo atlético, proporcionado, sin pasar a lo musculoso, pero con unas piernas envidiables. Era el adonis de todas las chicas del colegio.

Gabriel, su amigo, tenía cierto parecido con Christiano Ronaldo, de ahí el que le apodaran Ronaldo. Era simpático, activo, un tanto inquieto, pero tranquilo a la vez. Si bien su amigo era el principal objetivo de las chicas, tenía su propio séquito de admiradoras en la secundaria. También estaba encargado de una parte de las actividades deportivas del colegio, por lo que también poseía un cuerpo envidiablemente atlético, nervudo, pero delgado. Actualmente se desempeña en un equipo de fútbol de mi ciudad, por lo que su apodo debe seguir en vigencia.
Ignacio era el más reservado de los tres, no sé qué es lo que le veía de atractivo en su momento, pero sé que hora no le encuentro atractivo alguno. Desconozco qué fue de su vida después del colegio, por lo que su referencia es bastante más corta que la de Pablo y de Gabriel.
Estos fueron mis tres primeros amores de secundaria, ellos eran tres años más grandes que yo, por lo que, cuando se fueron, tuve que resignarme a buscar otros chicos con los cuales deleitarme en los recreos, e incluso durante las horas de clase. No diré que dejaron un gran vació cuando se fueron, pero sí extraño verlos por la mañana, en especial a Pablo, que fue dueño de varios de mis sueños, causa de mis trasnochadas y de la mayoría de mis masturbadas adolescentes.

Sobre telas, colchonetas, talco y callos en las manos: Maximiliano.

Nunca fui un amante de las actividades físicas. Soy muy malo en los deportes que requieren reflejos rápidos, coordinación o resistencia física. Sin embargo, hubo una época en la que practicaba gimnasia artística, e incluso ahora me dan algunas veces “lapsos” por el deporte, aunque luego de unos meses merma hasta desaparecer.

Durante el año en el que asistí a gimnasia artística, muy pocas veces me vi rodeado por esos deslumbrantes cuerpos que aparecen por televisión en cada emisión de los Juegos Olímpicos. Uno de los pocos cuerpos privilegiados que tuve el gusto de poder ver era el de un chico llamado Maximiliano. Era el prototipo de Hércules: Cabello castaño claro y ondulado, piel tostada, ojos marrones,  espalda, brazos y piernas trabajadas con esmero y dedicación y una mirada que denotaba una cierta concentración típica de todo buen deportista.

Siempre que tenía oportunidad, desviaba mi mirada hacia sus piernas, sus hombros en contracción, su pecho hinchado por la exigencia de oxígeno, su espalda, su cuello perlado de sudor.
A veces me lo cruzaba en la calle,  y aunque yo lo conocía, él no me conocía a mí. Incluso después de no haberlo durante mucho tiempo, el otro día lo vi por la calle y lo reconocí. Sigue teniendo ese admirable cuerpo, fruto de la dedicación exhaustiva al deporte.

Una casa de campo, una pileta pequeña y Manuel.

Mis tíos tienen una casa de campo, en la que hay un gran jardín con árboles frutales, arbustos, pequeñas elevaciones de terreno e incluso araucarias (que son altamente peligrosos para las plantas de los pies descubiertos, lo sé por experiencia).

Estos tíos cuentan con una pileta relativamente pequeña en dicho jardín. Cuando tenía unos 13 años, fuimos a visitarlo y nos quedamos allí alrededor de dos semanas gracias a la insistencia de mis tíos en que nos quedásemos. A lo largo de esas dos semanas fuimos visitados por los primos de mi madre, hijos de mis tíos. Uno de esos primos tiene un hijo llamado Manuel. No nos habíamos visto desde la última vez que ellos fueron a mi ciudad, por lo que habían pasado unos cinco o seis años sin vernos. 

En este prolongado lapso de tiempo, Manuel sufrió, para bien, los cambios de la adolescencia. Se comportaba, como siempre, callado, reservado, pero era muy atractivo y la verdad es que tengo que admitir que lo quería enteramente para mí. Tuve la suerte de poder admirar su delgado abdomen cada tanto, debido a que, gracias al calor de la zona, se vio forzado a refrescarse en la pileta, donde compartía conmigo un poco de jugo con hielo.
Hace poco lo vi, y aunque tenga un poco de barriga y se haya dejado crecer el vello facial, sigue estando relativamente atractivo para mí. Sigo reconociendo en él esa tímida mirada que mantiene vivo mi recuerdo de él en una versión más joven.

Colonia de vacaciones: Alfredo.

Una sola vez fui a una colonia de vacaciones. No era muy aficionado a eso de terminar el ciclo escolar para comenzar con un ciclo que te mantuviese ocupado durante las vacaciones.
En esa colonia (a la cual asistí durante los tres meses de vacaciones, de lunes a viernes, de 8:30 a 12 de la mañana) conocí a mi profesor Ezequiel y a Alfredo.

Mi profesor Ezequiel era un hombre de ojos un poco achinados, de cabello castaño, flaco, alto pero con espalda ancha y un atisbo de abdominales en su abdomen. Había días en que uno le encontraba un parecido con Ashton Kutcher. Él estaba encargado de cuidar a los que entraban en la pileta de natación y darles atención de primeros auxilios en caso de ser necesario. El resto del tiempo estaba dedicado en dirigir las actividades del grupo de varones de la colonia, algo así como un profesor de educación física, pero sin la barba descuidada y la barriga cervecera tan común en dichos especímenes.
Alfredo, por otro lado, era un chico de mi edad (debía de tener unos 12 años en ese momento), un poco menos alto que yo, con cabello castaño y mechones con reflejos rubios, ojos marrones, ortodoncia, y piel bronceada. Para que se puedan hacer un esbozo, les diré que se parecía mucho a Jeremy Summer en la película “Peter Pan” Curiosamente, su madre y mi madre fueron compañeras del ciclo básico escolar, así que mi madre me preguntaba siempre cómo había estado mi día y el de Alfredo. Me hice su amigo muy pronto, por lo que éramos inseparables, aunque nunca le conté lo que sentía por él.  Pasadas unas semanas, aparecieron Pablo, Guillermo y Santiago, vecinos de Alfredo. Es lógico, por lo tanto, que la atención que recibía de Alfredo disminuyó drásticamente luego de la llegada de los tres hermanos. Esa fue una de las pocas amistades que tuve con personas del género masculino a lo largo de mi vida, y una de las más cortas.

Mudanzas

Todos nos hemos sentido atraídos por un vecino. Yo me sentí (y me sigo sintiendo) atraído por tres vecinos: Ezequiel, Alberto y Daniel. Ezequiel no es de importancia en este relato, así que lo obviaremos por ahora.

Daniel y Alberto eran hijos de una mujer soltera, maestra jardinera, que tenía a cargo a cinco hijos: Dos mujeres y tres varones.
Daniel era el hermano mayor, Alberto era el cuarto. Daniel tenía 17 y Alberto 13 si no me confundo. Su madre iba a tener otro hijo con un hombre de gran poder adquisitivo, por lo que era necesario que se mudaran de un barrio con calles de tierra, ya que “ese no es lugar para el hijo de un hombre como él...” según la madre del próximo crío. Yo estaba profundamente enamorado de Daniel, que tenía unos ojos verde oliva que te volvían loco, cabello castaño con ondas, una sonrisa envidiable y una piel tersa, juvenil y tirando a un tono entre bronceado suave y caucásico. Alberto, por otro lado, tenía los ojos verde azulados, cabello rubio, piel blanca y suave y unos labios carnosos y rosados. Uno era una muestra ejemplar de masculinidad, el otro era un proyecto a tal sensual figura.
Luego de que se mudaron, la relación de amistad se vio interrumpida, aunque cada tanto mi madre hablaba con su madre. Pero la relación entre Daniel, Alberto y yo se cortó definitivamente. ¿Qué pasó? Simple: cada uno siguió su camino.

Curso de natación: Facundo.

Muchas personas saben nadar. No es necesario aclarar cuantos beneficios trae la actividad de nadar, todos sabemos que son muchos.

Mis padres, mis abuelos e incluso mis tíos me incentivaron al nado desde muy pequeño. Sin embargo, algunos de ellos habían olvidado que yo no sabía nadar, por lo cual una vez casi muero ahogado frente a mi primo. Tenía ocho años. Mis padres, preocupados por el suceso, insistieron en que asista a un curso de nado, para lo cual me inscribieron en uno que tenía de horario de clases de 9 am a 10:30.

El punto de todo esto es contar qué es lo que pasó a lo largo de esas clases. Digamos que en ese curso conocí al primer chico por el que sentí atracción. Él debe haber tenido alrededor de 12 años, yo tenía 8. Flaco, piel un poco tostada, cabello negro, ojos marrones (muy penetrantes). Nunca hablé con el más que un “hola”, un “adiós” o un “qué frio”, pero su forma de observar era irresistible, era como si tuviese un oscuro secreto que ocultar, algo indescifrable, indecible, prohibido, que hacía que esos lindos ojos siempre mirasen el suelo, como si con eso pudiesen ocultar mejor el misterio que encerraban.
Una sola vez me lo encontré en el vestuario, se estaba cambiando, y sólo estábamos él y yo. Se imaginarán la necesidad de hablarle, de besarlo, de estar con él. Pues nada de eso pasó: mi padre llegó para irnos a casa, así que tuve que irme con la esperanza de poder verlo en la clase siguiente.
Nunca más lo vi.