Me encanta la biología. Creo que es una de las pocas
pasiones que tengo hasta ahora. Debido a eso, tuve la oportunidad de competir
representando a mi colegio en las olimpiadas de biología. Como la competencia
era en otra ciudad, tuvimos que viajar y alojarnos en un hotel: todos los
varones por un lado, y todas las mujeres por otro. Mi colegio llevó dos grupos,
yo estaba en el grupo básico, Mauricio en el avanzado.
Mauricio era la típica representación cinematográfica de un
estudiante aplicado: Flaco, alto, cabello castaño alineado y peinado para un
costado, reservado, centrado y muy equilibrado. Era tan aplicado que le gustaba
estudiar matemática fuera de clases, por lo que era capaz de sustituir al
profesor cuando los chicos no entendían. Era, lógicamente, el mejor alumno de
la clase y le encantaba leer libros de ciencias exactas.
Las dos noches que estuvimos en aquella ciudad, a él le
encantaba mostrar su virilidad y camaradería con los otros chicos quitándose
los pantalones y estudiar, hablar, explicar y ver tele en ropa interior.
Yo dormía en una cama cucheta junto con otro chico. Para mi
suerte, me tocó la cama de abajo y el chico de arriba estaba tan confundido en
un tema de biología que Mauricio, ya en calzones, se paró al lado de mi cama y
empezó a explicarle al chico que estaba perdido en su teoría sin darse cuenta
de que yo, con ojo adiestrado, estaba disfrutando de la vista de su prominente
bulto.
Por desgracia, Mauricio solamente participó ese año,
mientras que yo continué adiestrándome en biología durante otros tres años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario