Jesús tiene una gran importancia en mi vida. La tiene y la
tuvo desde hace seis años.
Fue uno de mis primeros compañeros de banco en la
secundaria, compartimos durante mucho tiempo el mismo grupo de amigos, vivimos
a una cuadra de distancia el uno con el otro, aunque nunca fui a su casa, ni el
a la mía.
Lo que más me gusta de Jesús es su sonrisa: tiene unos
dientes blancos y unos colmillos que parecen muy afilados (cosa que me
encanta). Tiene cejas bastante gruesas bajo las cuales tiene unos ojos un poco
rasgados, un poco de acné en el rostro y el cuello, cabello negro lacio un poco
largo, manos con venas bastante marcadas (debido a su pasión por los juegos
electrónicos) y una piel pálida y a veces tostada por el sol de la zona donde
vivo. Fue uno de los amores más obsesivos
que tuve.
Una vez se olvidó su buzo en su banco, por lo cual aproveché
para llevármelo a casa y entregárselo a la mañana siguiente. Fue la mejor noche
hasta ahora: la tela era suave y tenía su perfume impregnado en todos lados.
Era un aroma muy fresco, como a césped mezclado con rocío matinal, limón y agua
mineral. A la mañana se lo entregué, y de vuelta se lo olvidó en su banco, por
lo que tuve una noche más con ese
maravilloso perfume que olía a él, y era eso lo que más me gustaba.
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