domingo, 14 de agosto de 2016

Las tardes de voley.

Las clases de educación física se dictaban durante la tarde, mientras que las de carácter académico se dictaban por la mañana. En estas clases uno podía optar por dedicarse completamente al entrenamiento de vóley o de básquet. Yo elegí el vóley, donde pude conocer al cuarto amor imposible de secundaria que tuve.

Agustín era delgado, de cabello negro largo y lacio peinado para un costado, ojos achinados, tez blanca y una sonrisa con hoyuelos. Amante del paintball, del rock y de las tarántulas, asistía conmigo a clases de vóley, pero era de un curso más alto que yo. Algunas veces tuve la satisfacción de ser del mismo equipo que él, aunque en ese momento, yo era considerado la peor escoria en el mundo del deporte debido a mi torpeza. Era en esos momentos donde me sentía peor que nunca, ya que era él el que a veces me regañaba por mi incompetencia.

A veces lo veía en los recreos, pero nunca nos hablábamos. Siempre me gustaba verlo sonreír, me encantaba como se estiraban sus labios, finos pero rosados, y ver cómo trataba de aclararse la vista apartándose un mechón de cabello rebelde. Por el sentí un deseo que tendía más a lo romántico que a los sexual.
 Muy pocas veces me imaginé con él en medio de un acto sexual. Es más, recuerdo que en la mayoría de mis divagaciones me imaginaba abrazándolo, acariciándolo, sintiendo su perfume o besándolo.

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