Las clases de educación física se dictaban durante la tarde,
mientras que las de carácter académico se dictaban por la mañana. En estas
clases uno podía optar por dedicarse completamente al entrenamiento de vóley o
de básquet. Yo elegí el vóley, donde pude conocer al cuarto amor imposible de
secundaria que tuve.
Agustín era delgado, de cabello negro largo y lacio peinado
para un costado, ojos achinados, tez blanca y una sonrisa con hoyuelos. Amante
del paintball, del rock y de las tarántulas, asistía conmigo a clases de vóley,
pero era de un curso más alto que yo. Algunas veces tuve la satisfacción de ser
del mismo equipo que él, aunque en ese momento, yo era considerado la peor
escoria en el mundo del deporte debido a mi torpeza. Era en esos momentos donde
me sentía peor que nunca, ya que era él el que a veces me regañaba por mi
incompetencia.
A veces lo veía en los recreos, pero nunca nos hablábamos.
Siempre me gustaba verlo sonreír, me encantaba como se estiraban sus labios, finos
pero rosados, y ver cómo trataba de aclararse la vista apartándose un mechón de
cabello rebelde. Por el sentí un deseo que tendía más a lo romántico que a los
sexual.
Muy pocas veces me
imaginé con él en medio de un acto sexual. Es más, recuerdo que en la mayoría
de mis divagaciones me imaginaba abrazándolo, acariciándolo, sintiendo su
perfume o besándolo.
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