Mis tíos tienen una casa de campo, en la que hay un gran
jardín con árboles frutales, arbustos, pequeñas elevaciones de terreno e
incluso araucarias (que son altamente peligrosos para las plantas de los pies
descubiertos, lo sé por experiencia).
Estos tíos cuentan con una pileta relativamente pequeña en
dicho jardín. Cuando tenía unos 13 años, fuimos a visitarlo y nos quedamos allí
alrededor de dos semanas gracias a la insistencia de mis tíos en que nos quedásemos.
A lo largo de esas dos semanas fuimos visitados por los primos de mi madre,
hijos de mis tíos. Uno de esos primos tiene un hijo llamado Manuel. No nos
habíamos visto desde la última vez que ellos fueron a mi ciudad, por lo que
habían pasado unos cinco o seis años sin vernos.
En este prolongado lapso de tiempo, Manuel sufrió, para
bien, los cambios de la adolescencia. Se comportaba, como siempre, callado,
reservado, pero era muy atractivo y la verdad es que tengo que admitir que lo
quería enteramente para mí. Tuve la suerte de poder admirar su delgado abdomen
cada tanto, debido a que, gracias al calor de la zona, se vio forzado a
refrescarse en la pileta, donde compartía conmigo un poco de jugo con hielo.
Hace poco lo vi, y aunque tenga un poco de barriga y se haya
dejado crecer el vello facial, sigue estando relativamente atractivo para mí.
Sigo reconociendo en él esa tímida mirada que mantiene vivo mi recuerdo de él
en una versión más joven.
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